Juan Carlos de Bobón nació en Roma el 5 de enero de 1938, tercero de
cinco hijos habidos del matrimonio entre don Juan, conde de Barcelona
-hijo de Alfonso XIII-, y doña María de las Mercedes de Borbón, princesa
de las dos Sicilias.
Sus primeros años los pasa, con su familia exiliada de la España
republicana, en Roma, Suiza y Portugal, hasta que Franco concierta con
don Juan de Borbón la formación dentro de los principios del Régimen del
príncipe, su instrucción militar y su radicación definitiva en España,
pensando ya en su coronación futura. En esa etapa juvenil una desgracia
más sacude a la familia borbónica. Juan Carlos dispara, al parecer
accidentalmente, una pistola contra el rostro de su hermano Alfonso. A
pesar de la insistencia en aclarar el asunto de Don Jaime de Borbón,
hermano mayor de don Juan, tío de Juan Carlos y, a la sazón, heredero
legítimo al trono como sucesor en línea directa de Alfonso XIII, los
servicios diplomáticos de Francisco Franco y el propio padre de Don Juan
Carlos tapan el asunto. Sólo 36 años después don Juan de Borbón pedirá
expresamente a Juan Carlos la repatriación de los restos de su hermano
para su inhumación en el panteón Real.
La vida del Juan Carlos de Borbón es organizada por el dictador, bajo
cuyos auspicios contrae matrimonio y se instala en la Zarzuela
frustrando las aspiraciones de su padre. Son años de profunda comunión
con los principios y valores del Movimiento, con las “Leyes
Fundamentales” dictadas por Franco, con los poderes fácticos, laicos y
clericales. Años también de distanciamiento de su padre que culminarán
con su incumpliendo de la promesa de no reinar mientras D. Juan siguiera
vivo. Si es desposeído del título de Príncipe de Asturias por su padre
Franco lo compensa nombrándolo Príncipe de España. El sentimiento
expreso de Juan Carlos hacia el dictador es de reconocimiento a su labor
decisiva en sacar al país de la “crisis del 36” y en evitar la
participación en la II Guerra Mundial. “Para mí, es un ejemplo vivo, por
su dedicación patriótica al servicio de España…” (TV pública francesa,
entrevista, año 1969).
Juan Carlos sustituye al dictador enfermo en actos de celebración del
aniversario de la sublevación de 1936 contra la República española, y
empieza a representarlo en las relaciones de amistad con los EE.UU., que
comportan un fortalecimiento de la presencia de sus militares en Rota y
San Fernando. A la postre esa intimación con los intereses
geoestratégicos de los EE.UU. habrían de precipitar la entrada de España
en la OTAN, nada menos que en el escenario de un gobierno socialista,
el de Felipe González, que con el paso del tiempo declarará que es
inevitable ser monárquico cuando el Rey tiene la talla de Juan Carlos.
Al fin, el dictador deja atada su sucesión en la Jefatura del Estado.
Juan Carlos, lejos de respetar su promesa de “restablecer la democracia
y ser el rey de todos los españoles, sin excepción”, pronunciada el día
de su proclamación, el 22 de Noviembre de 1975, acaba por jurar
fidelidad al legado de Franco en su toma de posesión: “Juro por Dios y
los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las leyes fundamentales
del Reino y guardar lealtad a los principios del Movimiento Nacional…
Una figura excepcional entra en la historia. El nombre de Francisco
Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será
imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida
política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura
de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de
conducir la gobernación del Estado”.
Todavía le dedica un panegírico mayor en discursos posteriores a la
figura del dictador. Pero Juan Carlos tropieza con un factor no
calibrado: la respuesta de un pueblo que demanda democracia. En un clima
de huelgas y manifestaciones duramente represaliados y ante la
contundencia del terrorismo de ETA y EL GRAPO, Juan Carlos busca
desesperadamente prorrogar los valores del franquismo con el
nombramiento de un ex presidente del Movimiento Nacional: Adolfo Suárez,
y pacta con la oposición izquierdista la apertura a la democracia a
condición de que se restablezca y consolide la Monarquía. Su estrategia
incluye desde la legalización del PC, hasta la amnistía pasando por
persuadir a su padre de que debe renunciar a toda aspiración a favor de
la confirmación de su propia posición como Jefe del Estado, nombrado por
el dictador. Consigue también la restitución de su título de príncipe
de Asturias y tras ganar las elecciones el partido de Suárez, un
Parlamento con senadores nombrados por Juan Carlos, aprueba la adopción
de una Constitución que formula el tránsito a una monarquía
parlamentaria y la consagración del nuevo rey de España, con las
siguientes funciones: Jefatura del Estado y de las Fuerzas Armadas,
sancionar las leyes, disolver el Parlamento, nombrar al Presidente,
representar al país, indultar, declarar la guerra. Goza además de
inmunidad total y cuenta con un presupuesto con cargo a los presupuestos
generales del Estado. Desafectada la pequeña asignación para atender su
intendencia -8 millones de euros en 2014- el coste aproximado de la
monarquía en 2014 rondará los 600 millones de euros, para atender todos
los conceptos: recepciones, representación, viajes, administración,
cuidado de su patrimonio, Guardia Real, fuerzas y dispositivos de
protección, empleados de la Casa, logística, etc.
Los negocios de Juan Carlos son un secreto muy bien guardado. No
obstante el New York Times cifra su fortuna en dos mil millones de
euros. Sus amigos más cercanos no han variado en estos últimos treinta y
tantos años. empresarios y banqueros de las empresas del IBEX 35,
diplomáticos, nobles.
La mala prensa de sus actividades de lujo hedonista en medio de
situaciones de profunda crisis económica ha encontrado siempre su
contrapunto en su presunta actuación clave en la defensa de la
democracia contra la intentona golpista del 23F de 1981. Sólo la
desclasificación de los papeles y grabaciones en el seno de aquellos
acontecimientos podrán esclarecer el verdadero papel de Juan Carlos en
la gestación y resolución de los sucesos, su grado de conocimiento del
golpe que se orquestaba así como su implicación en los planes de parte
de la cúpula militar con el general Armada como ideólogo principal. Será
también la desclasificación la que nos diga hasta qué punto el Rey
estaba informado o era copartícipe del Terrorismo de Estado que, bajo el
gobierno socialista de Felipe González, fue responsable del asesinato
de veintisiete independentistas vascos en la década de los ochenta. La
Casa Real se declaró oficialmente al margen.
En lo que atañe a la mediación de Juan Carlos en la defensa de los
intereses de emprendimiento empresarial español en el extranjero
En política exterior Juan Carlos de Borbón se ha alineado del lado de
los intereses del Partido Popular, socio del gobierno republicano de
los EE.UU., y en contra de la voluntad del pueblo español, apoyando la
implicación de España en la invasión de Irak. En esa decisión de
alineamiento con el gobierno yanqui, Juan Carlos conviene con el
gobierno de Aznar conferir legitimidad al golpe contra Chávez en 2002.
Años más tarde, en la cumbre Iberoamericana de 2007, abundará el Borbón,
con el estilo chulesco de quien sigue considerándose en situación de
dominación, en el ninguneo a un presidente que sí había sido elegido por
el pueblo.
Las detenciones por injurias o la censura no han logrado acallar las
voces críticas con una institución que se vende por su respeto a unas
normas estrictas cuando, por el contrario, no ha hecho sino gala, en la
figura de Juan Carlos, de despilfarro, conducta negligente,
oscurantismo, deslealtad hacia su consorte y cortinas de humo sobre su
pasado y sobre las aspiraciones legítimas de su primo Alfonso de Borbón,
hijo del hijo primogénito de Alfonso XIII y fallecido en extrañas
circunstancias cuando esquiaba.
La mala sombra persigue a esta familia durante el siglo XX. Y no ya
por la sucesión de hechos luctuosos padecidos por los Borbón-Battenberg,
abocados al exilio en 1931, con el advenimiento de una República votada
por el pueblo español. Borbones, hijos de Alfonso XIII, que morían en
el parto, infantas fallecidas en plena juventud, reinas desgraciadas,
forman el escenario maldito de la familia. Así, el príncipe Alfonso
muere en un accidente de tráfico en Miami, cuatro años después de que
muriera Gonzalo, su hermano menor, en idénticas circunstancias. Los dos
habían heredado la hemofilia, que también padece Juan Carlos I. Al
segundo hermano, Jaime de Battenberg, correspondía suceder a su padre en
línea directa, pero don Juan, conde de Barcelona, se benefició de una
inhabilitación apoyada en la sordomudez de Jaime, quien , sin embargo,
con gran fuerza de voluntad llegó a hablar con fluidez. El conde de
Barcelona hubo de vencer la resistencia de don Jaime a cerrar en falso
el caso de la muerte de Alfonsito por un disparo accidental de Juan
Carlos I. Don Jaime moriría en el transcurso de una pelea violenta con
su esposa alcohólica. Todas estas circunstancias no hicieron sino abonar
el clima de anormalidad que siempre flotó en el ambiente de esta
familia dinástica. Si nos retrotrayésemos al siglo XIX encontraríamos
que las tensiones por la sucesión entre Carlos María Isidro de Borbón,
hermano de Alfonso VII e Isabel II, hija de éste, llevarían a los
españoles a derramar ríos de sangre en tres largas guerras que habrían
de hacernos retroceder hacia la Edad Media mientras el resto de Europa
avanzaba hacia la modernidad.
“La justicia es igual para todos” sentenció Juan Carlos en su
discurso de Navidad de 2012. Sin embargo están por clarificar las
presiones de la Casa Real a la judicatura para intentar que la infanta
Cristina no fuera imputada en el caso Nóos, que describe el modo en que
su marido Iñaki Urdangarín aprovechó su condición de yerno del Rey para
conseguir contratos millonarios por prestaciones fantasmas. La infanta
es administradora de la empresa a la que se derivaban una cantidad
importante de los fondos que ha utilizado para mantener un altísimo
nivel de vida, incluso una vez destapada la trama de blanqueo y en un
escenario con un crecimiento galopante del hambre y de los recortes en
materia sanitaria.
La abdicación y el aforamiento exprés son los penúltimos capítulos de
la vida de Juan Carlos de Borbón. En ellos como en la perpetuación de
la Corona encarnada en Felipe VI ha jugado un papel importante no sólo
la Derecha política sino también el Partido Socialista Obrero Español,
colaborador necesario en el proceso de Sucesión desde la ambivalencia:
los socialistas afirman en sede parlamentaria no renunciar a su
Republicanismo pero expresan al mismo tiempo la necesidad de no
renunciar a la Monarquía dada la talla alcanzada por Juan Carlos y su
papel como garante de la estabilidad democrática. Sin embargo, esta
decisión parece una nueva burla, una nueva forma de defraudar a la
voluntad popular, que en todos los sondeos se expresó mayoritariamente a
favor de ser consultada sobre la forma de Gobierno que debe presidir
sus relaciones.
Se avecinan todavía tiempos en los que se irán saliendo a la luz
detalles sobre demandas de paternidad, denuncias por cobro de comisiones
ilegales fruto de mediación para la concesión de contratos, tráfico de
influencias… Dados el status y la posición de Juan Carlos de Borbón,
sólo el tiempo podrá hacer aflorar lo que hay de verdad en todo ello.
Pero con independencia del debate eterno sobre su bonhomía, la sociedad
española del siglo XXI se expresa más mayoritariamente que nunca a favor
de que sea el trabajo personal, la actitud, las capacidades y no la
sangre, el accidente de nacer en el seno de según qué familia las que
lleven a una persona a ser elegida para el ejercicio de la mayor de las
responsabilidades.