Un veinticinco por ciento de la población
tendrá al menos un brote psicótico a lo largo de su vida. Es un argumento que
ha de contribuir a la necesidad de desestigmatizar las enfermedades mentales y
con ello acabar con la discriminación de quienes las padecen. La cultura del
Sistema abunda, vive incluso inmersa en referencias exclusivas a la
macroeconomía, las razones de mercado y de estrategia, el producto interior
bruto, pero nada se detiene a considerar la vida de los individuos tomados de
uno en uno y al impacto de las decisiones políticas en la dimensión de su
acceso a derechos fundamentales dejando para el esfuerzo voluntarista de
personas de valor incalculable para mantener el tejido social la
susceptibilidad de recuperar para una existencia digna a los “trastornados”.
Todos conocemos en diversos ámbitos a
personas “raras”, a veces hurañas, si acaso refugiadas en si mismas, o con
pocas habilidades sociales, o proclives a raptos de genio, ausentes, ora
pletóricas ora apagadas, calladas o verborreicas... todos conocemos personas
así o acaso nosotros lo sea sin haberse reconocido como tal hasta tanto no le
ha llegado información desde el exterior. Sea como fuera, hay un terreno
abonado para la explosión de la enfermedad mental y no se puede enfocar de manera
reduccionista; en el origen pueden estar las relaciones con los paterno
filiales, o no; pueden pesar los traumas, o no; puede ser decisivo el factor
genético, o no. En lo que si hay coincidencia científica es en el papel del
stress continuado en el tiempo y con envergadura para propiciar el sobrevenir
de la primera crisis. Superar el brote psicótico, remontar con ayuda
farmacológica y psicológica, con apoyo familiar y con la cohesión de otros
afectados supone la asunción de un papel de lucha del paciente por mejorar. Las
primeras fases son de una dureza colosal pero es tanto el premio de recuperar
un estándar de vida sin apenas restricciones que la sociedad debe tener
presente, y reclamarlo así a la clase política, como objetivo prioritario la
intervención terapéutica y la ayuda económica que lleve a ciudadanos como usted
y como yo a poder desarrollarse plenamente en los ámbitos familiares,
colectivos y profesionales.
Los que han superado un brote
esquizofrénico o una depresión mayor o un trastorno obsesivo compulsivo suelen
salir reforzados en un sentido: discriminan mejor lo importante de lo
accesorio, relativizan para no dejarse atrapar por ese stress que viene
impuesto desde fuera, mediático e innecesario. Adoptan la prevención como
mecanismo de defensa, algo que de haber interiorizado antes, en muchos casos,
les habría evitado el episodio. Lo mismo se puede decir acerca de la relación
entre el consumo de sustancias psicoactivas –drogas- y el brote psicótico.
Por tanto, instituyamos todos los días
como los de la salud mental, porque si hay algún órgano rector en toda su
complejidad es el cerebro, y en ese equilibrio inestable de la sopa cerebral pesa
nuestro barro pero también, y sobre todo, nuestras vivencias y nuestra relación
con el entorno, con familiares, amigos, jefes y el Poder. Y en este punto
tenemos gran responsabilidad y por tanto la llave de nuestras vidas.
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