Cincuenta “personas” vociferaban ayer por
la mañana en la estación, insultando a la taquillera de la Renfe, reclamando un
billete que les llevara a Madrid. Más allá de valoraciones estéticas, ¿cual
sería su reacción cuando se vieran pasando la noche en los vagones, en tierra
de nadie, frenados por una caída de árboles sobre la vía?.
Los cincuenta la toman incluso con el
aspecto físico de la pobre chica, que recibe los insultos apunto de
descomponerse. Por la cabeza al gentío no se le ha pasado hablar con el
comandante en puesto, porque a los ciudadanos de a pie en esas situaciones
gregarias y anónimas les pone más envalentonarse con los más débiles,
haciéndoles el juego a los que abusan de posición dominante parapetados en
cargos de gran responsabilidad y que nunca dan la cara. No tengo que
recordarles el linchamiento público del conductor del Alvia en Angrois: dos
años hacía que el sindicato de maquinistas venía denunciando que había siete
curvas idénticas en el trazado Ourense-Santiago, perfectamente confundibles
entre sí, y que era sólo cuestión de tiempo que el maquinista de turno fiara la
seguridad en el frenado automático que sólo había sido eliminado en el tramo
del accidente para ahorrar una cantidad miserable en el total del presupuesto.
Los españoles quieren de manera
permanente un servicio de protección civil propio de situaciones en la que el
viento se desata a ciento noventa quilómetros por hora, un piquete para cada
kilómetro de vía para que solucione de manera inmediata la destrucción que una
simple rama de eucalipto, de doscientos quilos de peso, proyectada desde cien
metros, provoca en la catenaria. Y demanda esos servicios aquí para no
parecernos a una república bananera –escuchado en la Cadena Ser a un oyente
inflamado-, obviando que en Cuba están a la vuelta en el tratamiento de estas
situaciones de emergencia tan frecuentes allí, donde casi nunca muere nadie
víctima de los huracanes mientras en la todopoderosa Trumpilandia caen por
decenas.
A la voz de ¡gracias a mis impuestos esta
usted aquí! un visitante de las emergencias, que nunca ha podido cotizar aunque
sí paga impuestos indirectos, exige con un cuadro de gripe a la auxiliar que le
hagan un chequeo completo, mientras paradójicamente a su lado un anginoso al
que el filtro toma por afectado de bronquitis espera en silencio.
Algunos conciudadanos piensan que el
Estado lo puede todo, incluso contra fenómenos naturales de cualquier índole y
así lo quieren hacer valer frente a los subalternos, auxiliares y cualesquiera
prestadores de servicios. Otra cosa es luchar por hacer valer derechos
fundamentales frente a instancias administrativas superiores, ante representantes
de la clase dirigente, en la relación con los jefes de la Empresa... En ese
punto la mayor parte de esos valientes contra los débiles agachan la cabeza.
Y es que hay que distinguir entre
reivindicación e impertinencia. La primera la define la RAE como “Reclamar o
recuperar alguien lo que por razón de dominio, cuasi dominio u otro motivo le
pertenece”, en este caso el derecho a viajar en tiempo y hora conviviendo con
la obligación de la Compañía en preservar la salud de los viajeros y el buen
desarrollo del servicio. La impertinencia se define como algo dicho o hecho
fuera de propósito, con expresión de enfado y molestia, con carácter
displicente fuera de lugar. Visto el panorama que dejó un fenómeno atmosférico
de la intensidad de este último temporal en toda la geografía gallega y
especialmente en Ourense la madrugada del tres de Febrero, me reafirmo en la
idea de que la reacción de los que no pudieron tomar aquel tren fue una
impertinencia.
© Faro de Vigo
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