Patrice Matata creció
caminando del poblado a los pozos, ocultos en los peñascales, entre
la hojarasca, y de los pozos al poblado. A los diez años sus piernas
largas, flacas y nerviosas acumulaban miles de quilómetros, tantos
como albergaba su cabeza inocente y fantasiosa. La sangre del ganado
era el combustible para sus piernas que, al fin, alcanzarían la
tierra prometida donde recrear sus gestas solitarias en la
nocturnidad de la sabana.
Desde que los ojeadores
de la Federación británica de Atletismo le habían seleccionado
contaba los días que le faltaban para alcanzar la libertad. Soñaba
con poder pagar un tratamiento médico para su hermano mayor, y con
regalarle una casa nueva a la familia, vestidos a Isatou, ceras de
colores a Moise... Soñaba con un pequeño establo para las reses y
con un rebaño de cabras.
El sábado, víspera de
su vuelo a Londres, se unió a los jóvenes que denunciaban la
enajenación coercitiva de las tierras a cambio de cuatro perras, y
la condena a morir de hambruna. Los mercenarios integrados en el
ejército “regular” le apuntaron primero a las piernas. Sin ellas
no sería nada –pensó Patrice, agonizante–. Pero otra bala en la
nuca del AK-47 remató el trabajo y sepultó los sueños de un negro
cualquiera en la tierra del coltan y los diamantes que lucen las
damas más caritativas del orbe en las grandes fiestas elitistas con
el noble objetivo de recaudar fondos que mitiguen el hambre en el
Continente Negro.
(I PREMIO DEL CONCURSO DE MICRORRELATOS DE AMNISTÍA INTERNACIONAL GALICIA. Vigo, 10 de Diciembre de 2012)
Enhorabuena cuñado
ResponderEliminarÉ incrible a capacidade comunicativa que pode ter un relato tan curto...Noraboa!
ResponderEliminarme gusto mucho
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