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jueves, 19 de julio de 2012

Fronte ao ruido e a vacuidade centralista excluinte

Cando a historia se repite e aflora con forza o abuso de poder, de posición dominante, cumpre volver a ler os clásicos, buscar nos feitos contrastados do pasado a razón do por que hai vítimas e verdugos, ricos e pobres, benditos e condenados. Imos transcribir por entregas as páxinas 45 a 54 dun libro imprescindible: “Los Gallegos”, VV.AA., ediciones Istmo. Trátase das primeiras páxinas aportadas nun estudio mais amplo por Valentín Paz Andrade sobre a sociedade galega. Dentro de un ano pediremos permiso para facer o mesmo a respecto da maxistral definición do Profesor Barreiro Fernández sobre a Historia política de Galicia.

Valentín Paz Andrade

La premonición disipada

En una ribera de la vieja Galicia la sociedad se retiró de la Historia. Lucía la mañana del diez de marzo de 1493. Poniendo proa a la entrada Sur, la Pinta ganaba la delantera a Colón en el retorno glorioso. Martín Alonso Pinzón la dejaba varada en la playa de Bayona. La noticia del descubrimiento de las Indias Occidentales nació así. Y nació aquí. Era la mayor novedad geopolítica de todos los tiempos. La más asombrosa y promisoria a la vez. La que habría de redimensionar el mundo de los espacios, los números y los mitos. Y también el destino de los pueblos.
Con ella la cintura del planeta ganaba de repente la curva que le faltaba. El arco iris de las razas humanas integraba sus pilares, completaba sus colores, acusaba sus términos más recónditos bajo penetrante luz. Una nueva armonía de tierras y mares, de etnias y áreas, de creencias y lenguas comenzó a surgir. No por prematura emanación de sueños, , sino para asociarse, más tarde o más temprano, al destino de los hombre.
Aquí, pues, en la tierra que pisamos, dentro del rigor cronológico se sepultó la Edad Media. ¡Qué deslumbrante anunciación parecía encerrarse en la semiología del evento! Después de la rotura del himen occidental, venían tiempos inéditos. Todo tendría que cambiar. Y en primera instancia para las viejas sociedades tradicionales. Especialmente las que resultaran más o menos directamente implicadas en la órbita de aquel macrogiro de la historia.
Aquella fue la fabulosa premonición para el despegue y el auge. La premonición disipada.

Las cosas no estaban de ser. Para Galicia, se entiende. A pesar del sesgo estelar advenido, no estaban de ser. Galicia ya no era el reino soberano que fuera con los suevos. Ni el menos pleno que fuera reconstituido, con estructura feudal, en el prólogo de la Reconquista. El que desgajara su cuerpo en dos, para dar nacimiento, en 1139, al Reino de Portugal. Era, en realidad, una sombra mutilada y convaleciente de su pasada grandeza. Recia pero vetusta sociedad tradicional, sin influjo ni poder para ejercer las opciones del cambio sociopolítico. Mucho menos del trueque de soberanías.
Sociedad de bajo, aunque ilustre índice urbano. Población rural ultramayoritaria. Marinería gremial . Sobre esta debilidad constitutiva, sociedad traumatizada por un siglo de guerras entre el pueblo y el poder. Campesinos y menestrales de un lado -los irmandiños del “Deus Fratesque Gallecia”- y de otro el dominio feudal, compartido por las almenas y las mitras. Aliados, y también en ocasiones enemigos.
Fueron aquellas las primeras rebeliones civiles por la libertad de la tierra de que un lugar de Europa fue escenario. Campañas dolorosamente perdidas por las milicias del pueblo, pero tampoco ganadas por los nobles, frente a cuya altanería no habría de tardar en alzarse la horca de los Reyes Católicos. Y mucho más aún. Todo el aparato de “doma y castración” del país, según historió Zurita.


(Continuará en la página 54)

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