Nos fumigan brutalmente para cambiar el pH de la tierra y
favorecer los cultivos transgénicos, para intervenir sobre el clima y convertir
la lluvia en un botín de guerra, para deteriorar la salud y promover el consumo
de medicamentos nacidos de la mano de una morbilidadprogramada. Pero ¿quién
tiene la culpa de todo esto? ¿el ejército del Imperio? ¿las grandes corporaciones
biotecnológicas y farmacéuticas? ¿la clase política cómplice del genocidio? No,
el mérito es de la ciudadanía, de su absoluto pasotismo, su inmovilismo frente
a este tema, no ya por su desconocimiento sino por el nulo interés por saber y,
sobre todo, una vez que accede a la información su capacidad para buscar
excusas que la libren de actuar.
No vamos a negar que la búsqueda de alimento y de techo por
parte de los excluidos es argumento troncal suficiente para volver invisibles
otros móviles. Pero ¿cuál es el argumento del resto de la sociedad inoperante:
– ¿tachar de conspiranoicos a los que alertan para así
evitarse trabajos.
– Argumentar que contra el poder todo es ineficaz –Esgrimir
la idea de que bastante tienen con su trabajo, el cuidado de la familia etc.
–
defender su derecho a descansar y desintoxicarse
de tantos mensajes y ruidos sociales
–
ampararse en las tranquilizadoras versiones
oficiales
–
dejar morir el juicio crítico por falta de su
ejercicio
–
entonar un Carpe diem a la vez que ningunear a
los que denuncian esto o aquello como agoreros amargados
–
calificar de ociosos sin problemas cotidianos
mayores en los que malgastar su tiempo persiguiendo fantasmas que sólo ellos
ven
–
Preguntar reiteradamente ¿pero quién fumiga? ¿para
qué? ¿qué ganan con ello? y una vez han obtenido respuestas coherentes inesperadas
no decir nada y con una inexpresividad elocuente cambiar de tema y salir huyendo
porque, queridos compañeros, esta lucha contra las fumigaciones es un marrón
para cualquiera: ¡enfrentarse a la oligarquía que además controla los medios...!
Pero es un marrón doblemente grande para toda esta sociedad que ha nacido
después de la transición y que se ha hecho a la idea de que dedicar horas a algo
por lo que no se cobre o no se recibe reconocimiento o proporciona diversión es
de imbéciles. La sociedad de la plétora no mueve un dedo si no tiene reflejo
directo en su cuenta corriente. Los medios de propaganda le dicen a la sociedad
que tiene derecho a un ADSL más rápido, a unas vacaciones en Canarias o a un
coche de siete plazas y la sociedad se lo cree y lo pelea. Pero ningún medio le
dice a los ciudadanos que tienen el derecho y el deber de preservar su
medioambiente, su salud. La conciencia inoculada en los individuos es la de que
poco o nada pueden hacer para cambiar las cosas. Tenemos lo que como colectivo
nos merecemos, no cabe duda. Y nuestra opción es dejarnos matar lentamente como
si fuera parte de nuestro destino ver como cada vez más gente joven de nuestro
entorno contrae enfermedades degenerativas y autoinmunes.
Los que nos fumigan, los
meteorólogos y los políticos que obedecen a la voz de su amo responden al
estúpido patrón de matar a costa de morir propios de la estúpida raza humana. Aquí,
si no le ponemos remedio, no se van a salvar ni Gates, ni Rumsfeld ni los
Rockefeller por muy profundo y dotado que este su búnker de Noruega, una vergüenza viva para
una Humanidad que dice estar instalada en el culmen de su proceso de
civilización y sin embargo ha retrocedido a etapas anteriores a la aparición
del hombre de Neanderthal en lo que atañe organización social.
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