En grandes regiones del planeta
sometidas a guerras y explotación por oligarquías que cuentan con la
complicidad silenciosa del Vaticano, la verdadera condena para la madre y las
criaturas es que éstas vienen al mundo con una esperanza de vida de cinco años.
Existen, sí, planes para reducir
la población hasta establecer una gran clase media de consumidores, activos,
suficiente para mantener engrasada la maquinaria capitalista y nutrir el lujo
obsceno e insaciable del puñado de familias que concentran el control sobre las
patentes, la producción, la distribución y los márgenes de beneficio. Esos
planes se apoyan en la Geoingeniería, responsable de recrear en una geografía y
en un tiempo concretos situaciones de morbilidad que a medio plazo
redistribuirán la población a través de campañas de muerte, con procedimientos
químicos (chemtrails), físicos (seísmos inducidos) y de modificación del clima
(Haarp).
Ayer silencié una radio que
hablaba de cuestiones tan trascendentes en estos momentos como la posible
postulación de Eduardo Madina como sucesor de Rubalcaba, o las consideraciones
de De Cospedal sobre el grado de cumplimiento, para ella diferencial, con el
pago de la hipoteca por parte de los militantes de su partido, aunque para ello
tengan que pasar hambre. Ayer
silencié emisiones que, ahondando en esa brecha con que la clase dirigente
quiere dividir una vez más a los españoles, se cruzaban batallas dialécticas
sobre la identidad de los corruptos y no se dedicaba un minuto a la gestión y a
la innovación que nos hagan salir del túnel antes de que se cronifique nuestro
estado de sociedad en coma.
Silencié la radio y me fui con mi
nieto, ya de tarde, a ver los patos. Allí, al borde de la laguna y tumbados
boca arriba en la hierba fresca de primavera, contemplé el rastro de polímeros
que, espolvoreados por aviones volando a gran altura, se esparcían con su carga
venenosa para hacer inútiles todos los cuidados que con esfuerzo prodigamos a
una infancia que, si no le ponemos remedio, tendrá un futuro más que incierto.
Y ese sí se me antojó como un asunto que, como el paro y la pobreza, requería
de una atención preferente más allá del ruido innecesario con que quiere
confundirnos la cúpula del bipartidismo y sus medios esbirros.
Sabiendo que resultados de
analíticas en diversas partes del mundo detectaron aluminio, bario, ácido
domoico... y hasta virus y células rojas se comprende que en alguna región,
como en el norte de Argentina o en el sur de Brasil, la gente, desesperada y
sufriendo además secuelas por el vertido de neurotóxicos, pensara en armarse
con un misil tierra aire y hacer volar a un gran aljibe de fumigación alevosa y
a traición. Pero no caben otros medios que los pacíficos y otros cauces que los
legales y democráticos para llegar a acabar con esta lacra y, si es posible, sentar
en el banquillo a sus responsables por crímenes de lesa humanidad.
Todo es ruido y cortinas de humo, arboles que no dejan ver el bosque, paja en ojo ajeno que no deja ver viga en ojo propio, el mundo se derrumba a nuestros pies y dejamos escapar el futuro de nuestros descendientes. ¿Pero podemos hacer algo?¿Podemos evitarlo?
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